El relato de Martín – Yo estuve allí

Autor: Martín Llade – Dibujo: Javier Castiella

Texto extraído íntegramente del programa de RNE: “Sinfonía de la Mañana“, por Martín Llade. 19/01/2015

Fue un hecho muy comentado en Nueva York. Se estrenaba en los Estados Unidos “El acorazado Potemkin” de Sergei Eisenstein, filmada el año anterior, y el público acudió esperando encontrarse una película bélica al uso. Pero en su lugar recibió un puñetazo en el estómago. Prácticamente muy pocos de los asistentes había oído hablar de los hechos acontecidos en Rusia el nefasto año de 1905, pero eso no les impidió experimentar una fuerte conmoción con la tragedia de los marineros, condenados a muerte por sus oficiales por negarse a comer carne putrefacta. Si ya aquel arranque provocaba reacciones extremas en las salas, la famosa escena de la escalinata de Odessa ponía a prueba los sentidos como no lo hubiese hecho jamás nada en la vida. Desmayos, vómitos y ataques de ansiedad eran frecuentes en las salas. Y eso que las copias distribuidas en América llegaron previamente censuradas desde Alemania, donde se había estrenado poco después que en la Unión Soviética.

Era frecuente que después de los hechos de la escalinata muchas personas acabasen de abandonar la sala. En ellos se mostraba al pueblo de Odessa aguardando la llegada del acorazado Potemkin, comandado por los marineros amotinados. En un momento determinado, aparecían en la escaleras los soldados del ejército del zar, que convertidos en una compacta muralla mortífera abrían fuego contra la multitud desarmada, que les instaba a unirse a ellos. Si ya resultaba para muchos nauseabunda la escena del niño arrollado por la masa en desbandada, era indescriptible contemplar a su madre caer ante una salva de disparos tras implorar con él en brazos clemencia a los soldados. Pero el colmo era aquel carro con un bebé dentro que caía escaleras abajo sin que nadie lo detuviera.

“Que paren la proyección” suplicaban las madres. “Que alguien haga algo” “¿Cómo pueden llamarse seres humanos”. Los que se marchaban de la sala, incapaces de soportarlo, se quejaban en la taquilla. “Se supone que uno viene al cine a entretenerse. Deberían meter en la cárcel a los que han hecho eso”.

“¿Se refiere a los que han hecho la película o a los que han hecho lo que se ve en la película?” preguntaban a veces los responsables de la sala.
“¡A todos!” era la respuesta muy frecuente.

Una de estas proyecciones tuvo lugar en un teatro de Manhattan, donde el avispado empresario colocó como reclamo el siguiente lema en cartel: “La película más desagradable de todos los tiempos”. Además, decidió emplear una pequeña orquesta para ilustrarla musicalmente, con algunos fragmentos de Tchaikovski. Dos periodistas del “New York Times” que se hallaban presentes en una de estas sesiones fueron testigos de un curioso suceso.

Sucedió que uno de los músicos de la orquesta, un flautista, no dejaba de desafinar. Sus equivocaciones, sumadas a lo poco adecuada que era la banda sonora, pues empleaba desde números de la Patética a otros de “El lago de los cisnes”, convirtieron la proyección en algo delirante. Durante la famosa escena de la escalinata, el flautista rompió a llorar y sus sollozos incrementaron el ya de por sí formidable grado de tensión vivido en la sala.

Una vez finalizada dicha escena, el músico continuó sollozando, hasta que finalmente apareció la leyenda “Fin” escrita en caracteres cirílicos en la pantalla.

Los periodistas, que se olieron una historia, acudieron a los camerinos del teatro para hablar con el flautista, y allí fueron testigos de su despido, por parte del propietario. “Vete a llorar a tu casa, imbécil”. Le dijo.

El músico se enjugó los ojos, enfundó su flauta y salió a la calle. Los periodistas fueron tras él y le propusieron invitarle a una copa. El hombre dudó.

-¿Qué quieren de mí?-preguntó. Su acento era ruso. El olfato no les fallaba. Allí había una historia.

Tras muchas dudas, el músico aceptó hablar de la película. Fueron a un café. Él pidió vodka, pero no tenían. Le sirvieron un whisky doble. Debía de tener unos cincuenta años y sus cabellos eran completamente blancos. De alguna manera llevaba el dolor grabado como un bajorrelieve de arrugas y fisuras en el rostro.

-Díganos, señor. ¿Usted ha sido siempre músico?

-No-repuso y tras una pausa confesó: antes fui soldado y después músico militar.

Habían pasado 21 años de aquellos hechos. Les cuadraba la edad. Siguieron preguntándole.

-¿Estuvo usted en Odessa en 1905, señor?

-Sí-dijo tras dar un largo trago-estuve allí.

-¿Y vio esto?

Otra pausa. Inclinó el vaso y casi se derramó el whisky sobre la manga.

-Lo vi.

-¿Y fue así?

Meneo de cabeza. Desesperación.

-Nunca lo hubiera sospechado-confesó-pasó sí. Pero ahora es como si lo hubiese visto a través de los ojos de Dios…

Estaban conmovidos. Pobre hombre. Sin duda un héroe. Arrastraba evidentemente consigo las heridas emocionales de aquella tragedia.

-Y díganos-se atrevieron a preguntarle al fin-¿Qué es lo que sintió?

-Yo…-comenzó el hombre. Y tuvo que apurar el resto del vaso para responder, ahogado por los sollozos-¡Oh, Dios mío!¡Estuve allí, sí! ¡Yo era uno de los que disparaba! Que el cielo se apiade de mí.

Un comentario en “El relato de Martín – Yo estuve allí

  1. Julián

    Hoy he escuchado la historia, el final, la he rescatado contigo. Me ha conmovido. Pero sobre todo la expresión «ver a través de los ojos de Dios», una mirada quizás mucho más compasiva de la que se hace servir generalmente.

    Gracias otra vez por tu generosidad al plasmarla aquí

    Un abrazo

    Responder

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