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El cuento de Edu :: EL VIOLÍN Y TOMASSINO

 

EL VIOLÍN Y TOMASSINO

Este cuento empieza con una siesta. No hay que sorprenderse demasiado, sí, con una siesta. Lo más raro es que esta siesta era la siesta de un violín.

¿Sabéis lo que es un violín? Ese instrumento musical que tiene cuatro cuerdas y unas rendijas que parecen unos ojos enfadados o que se ríen mucho… dependiendo de la música que toquen. Pues bien este cuento es de un violín muy bueno y muy caro que había hecho un constructor de violines muy bueno y muy caro. Se llamaba Guarneri y todo el mundo le llamaba señor Guarneri.

Esto ocurrió hace muchos años en una ciudad muy bonita llamada Venecia. ¿Y porqué es bonita? Tiene muchos edificios antiguos y palacios e iglesias. Pero lo más raro (y bonito) es que en Venecia no hay calles… calles normales. Hay canales de agua y todo el mundo tiene que ir en barcas, botes o góndolas que son las barcas más raras que os podáis imaginar. Cuando ocurre esta historia la gente llevaba unas pelucas muy grandes y graciosas y paseaban en coches de caballos muy adornados. Pero no en nuestro cuento. Es decir, todo el mundo lleva pelucas graciosas, sí, pero las carrozas y eso, no.  Ya hemos dicho que en Venecia no había calles si no canales de agua así que nadie tenía carrozas en Venecia.

Volvamos con el violín del señor Guarneri.

El violín que había hecho el señor Guarneri dormitaba en su estuche. De vez en cuando lo sacaban de allí y algunas personas lo admiraban. Esto aburría tanto al violín que hubiera bostezado si hubiera sido un maleducado… o hubiera tenido boca. El señor Guarneri lo tocaba todos los días un ratito porque es lo que les gusta a los violines. El resto del tiempo lo pasaba en una vitrina de cristal o en su estuche forrado de terciopelo. El señor Guarneri hacía muchos violines y violas (que son un poco más grandes) y violonchelos (que son un violín tan grande que parece que hace falta tres músicos para sujetarlo y tocarlo). Pero este violín, el protagonista de este cuento, era su favorito.

Un día estaba el señor Guarneri en su taller limpiando el violín con un trapo suave. Esto le gustaba tanto al violín como que a un perro le rasquen detrás de las orejas. De pronto un grito rompió en mil pedazos el silencio del taller.

-¡Señor Guarneri!

El señor Guarneri resopló, dejó el violín encima de la mesa y fue hacia una cortina y la descorrió. Al otro lado había un niño no mucho mayor que vosotros con cara de “siento haber gritado”. El violín miraba desde la mesa y pensó que qué podría querer un niño como aquel.

-¿Qué puede querer un niño como tú? -preguntó el señor Guarneri.

-Un violín.

-¿Un violín? ¿Tú?

-Sí. Yo.

-Ah, un violín. ¿Cómo te llamas?

Tomassino.

-Bien, Tomassino. Mira, es que mis violines son muy especiales y…

-Lo sé, lo sé. Pero por eso quiero uno.

-… Y muy caros también.

-Eso no importa.

-¡Oh! ¿No importa? ¿Eres rico, eh?

-No. Pero mi padre sí. ¿A que sí? -y Tomassino se dio la vuelta mirando a un joven que estaba detrás de él con cara de aburrido-. Mi padre le ha dado dinero a mi hermano mayor para que me compre el violín que yo quiera. Eso dijo. El que yo quiera. Y yo quiero uno de sus violines.

-¿Y para qué quieres tú uno de mis violines?

El violín vio que el niño se mordía el labio. Se dio cuenta de que Tomassino había pensado mucho en esto y que, aunque no tenía muchos años, sabía porqué quería un violín.

-Tengo música aquí -y se señaló la cabeza-, y aquí -y se señaló el corazón.

El señor Guarneri miró a Tomassino a los ojos.

-Música ¿eh?

-Si no quiere venderme uno a lo mejor mi padre me consigue un Stradivarius… -Tomassino era pequeño pero muy astuto.

-¡Un Stradivarius!

El señor Guarneri bufó y volvió al otro lado de la cortina. Cogió el violín y lo miró con mucho cariño. El violín se espantó. ¡No podía ser! ¿Su creador se lo iba a vender a ese niño?

-Adiós, viejo amigo.

¡Sí, se lo iba a vender! El señor Guarneri cogió el estuche y volvió junto al niño.

-¿Crees que este podría ser tu violín?

Tomassino abrió mucho los ojos. Alguien que no supiera nada de violines diría que aquel violín era un violín como otros muchos pero a Tomassino le pareció la cosa más bonita que había visto nunca.

El violín no opinaba lo mismo que Tomassino. Estaba aterrado. ¡Este niño lo iba a coger y romper! Pero el niño no lo cogió.

-¿No lo vas a coger? -preguntó el señor Guarneri ante el pavor del violín.

Tomassino dijo que no con la cabeza. El violín suspiró de alivio.

-¿Usted cree que este violín es bueno para mí?

-El mejor.

El violín pensó que claro que era el mejor pero no para ese niño.

-Entonces este es mi violín.

Y Tomassino cogió el violín con todo cuidado.

Guarneri volvió a mirar a los ojos al niño.

-¿No vas a tocarlo?

-No, ahora no. Luego.

-Ahora tienes que pagarlo.

Dijo el precio y el aburrido hermano  de Tomassino, puso cara de susto.

El violín se alegró. Verás, ahora no pueden pagarlo y…

-Págalo -dijo Tomassino-. Padre dijo que me comprara el violín que yo quisiera y quiero este.

El joven movió la cabeza pero pagó. Tomassino cerró la tapa del estuche y se despidió del señor Guarneri.

El violín hubiera llorado si hubiera sabido cómo hacerlo.

-Adiós -dijo el hombre con una sonrisa rara-. ¡Ah, chico! Cuando sepas tocarlo y lo hagas bien de verdad vuelve y enséñame lo que haces con mi violín.

Tomassino miró al señor Guarneri.

-Para eso falta mucho.

-Sí. Mucho.

Meciéndose en la góndola (que son esas barcas tan raras que hay en Venecia) el niño estaba deseando tocar el violín… lo contrario que el violín. Éste sólo pensaba en volver con el señor Guarneri y maldecía su mala pata mareado por el movimiento de la góndola. Los violines no pueden vomitar pero este tenía muchas ganas de hacerlo.

Al llegar a su casa le esperaba una sorpresa. Al abrir la puerta el niño se encontró con un señor con peluca blanca y traje negro. Allí, serio y formal como sólo los adultos saben estar, miró a Tomassino como si éste hubiera hecho algo malo. Con voz solemne (que es casi como enfadado) el hombre le habló.

-Buenos días, Tomaso. Soy tu nuevo profesor de música, el señor Giovanni Legrenzi. ¿Eso que traes es tu violín?

Tomassino sólo pudo decir que sí con la cabeza.

-Muy bien. Vamos a ver qué sabes hacer.

Y se dio la vuelta y se metió en un salón. Tomassino corrió detrás. El nuevo profesor se sentó en un sillón y dio unas palmadas. El niño sacó el violín muy nervioso.

-¿Te has comprado un Guarneri?

-Mi padre me dijo que me comprara el violín que quisiera.

-Este es un gran violín. Vamos, toca.

Tomassino había tocado a escondidas otros violines y pensaba que lo hacía bastante bien, así que cogió aire, cogió el violín y cogió el arco que es el palo con el que se toca el violín y…  un sonido horroroso salió del violín. ¿Como un gato maullando?

No, peor. ¿Como un burro cantando? No, peor. ¿Cómo era posible? ¡Un violín tan bueno! La culpa era del violín, claro. Estaba tan enfadado que no quiso tocar bien. A pesar de los esfuerzos del pobre Tomassino, del violín sólo salían quejidos y ruidos horribles.

-¡Basta, basta! -gritó el señor  Legrenzi-. Nunca he oído nada tan espantoso.

Y se levantó y se fue de la sala muy enfadado. Con tantos gritos y ruidos salió el padre de Tomassino que se puso a discutir con el profesor de música.

Tomassino no entendía nada. Miró al violín y el violín le miró a él. Al niño le entraron ganas de llorar. Pero Tomassino era un niño testarudo, que es como cabezota pero dicho más bonito. Él tenía música dentro, claro que sí. En lugar de llorar se puso a cantar.

Era una canción que él se había inventado.

Era una canción pequeñita pero muy, muy bonita. Y el violín la escuchó y se asombró. Vaya. Así que el niño sí tenía música dentro. Vaya. Bueno… quizás al final sí que podían hacer cosas juntos. Al menos podían probar ¿no? Esto no significa que sea para siempre eh pero… en fin. Si quisieras probar otra vez… Vamos, toca otra vez.

Tomassino cogió el violín, lo miró y tocó. Y aunque Tomassino era un niño no mucho mayor que vosotros, tocó y tocó muy bien.

El padre de Tomassino y el señor Legrenzi se callaron y fueron a la puerta del salón donde el niño y el violín tocaban. Cuando la música terminó el señor Legrenzi se acercó y  mirando a los dos, niño y violín, dijo:

-Tomaso, serás un gran músico.

Y el señor Legrenzi tenía toda la razón.

Dibujo de Anita