Autor: Martín Llade – Dibujo: Javier Castiella
Texto extraído íntegramente del programa de RNE: “Sinfonía de la Mañana“, por Martín Llade. 02/02/2015
Gucki contempló con desesperación los agujeros en la alfombra provocados por las tijeritas doradas que todavía se abrían y cerraban como las patas de un saltamontes, en su mano derecha. ¿Había hecho de veras ella aquello? Miró en derredor suyo buscando a María, que era quien le inspiraba siempre nuevos juegos e ideas, que no siempre le divertían. Pero en esta ocasión no la halló. Sólo se encontró el rostro furibundo de Miss Marwood, contemplándola con las pestañas tan rígidas como alfileres por encima de sus anteojos.
-¡Miss Anna!¿Cómo se ha atrevido a hacer esto?-siempre la trataba de Miss, como si fuese una persona mayor. Eso era algo que no acababa de entender, porque en la mesa la ponían en el rincón de los niños, y no le dejaban pronunciar palabra. Aunque lo cierto es que últimamente mamá y papá tampoco hablaban entre sí a la hora de comer. A veces ella le preguntaba qué tal le había ido el ensayo y él removía la sopa, como si tratara en vano de coger su reflejo en ella con la cuchara, y replicaba que bien, aunque su voz no sonase bien para nada. De hecho, papá llevaba tiempo sin sonreír. Había adelgazado y hablaba con si la voz le pesase y apenas pudiera contener más de dos o tres palabras en la boca. Si una de estas palabras era “María”, entonces ya no hablaban más por ese día.
“¿Qué nueva travesura has hecho-le preguntaba Gucki a María ese mismo día cuando estaba junto a sí en la cama-que están tan tristes los dos?”.
Y María se encogía de hombros. “No lo sé” le respondía. “Sólo sé que esto no es divertido”.
Y Gucki le preguntaba de qué manera podría hacer que sonriera. Por lo menos que hubiese alguien feliz en casa. Y María le sugería algunas formas, como colocar garbanzos en los zapatos de Miss Marwood cuando dormía, introducir puñados de sal en los paraguas cerrados para que ésta lloviese sobre quien los abría y la última gracia: “Coge las tijeritas doradas que eran mías-le propuso-y haz unos relieves con ellas en la alfombra. Ya verás qué contento se pone papá”.
Gucki deseaba ver feliz a papá. Últimamente mamá había vuelto a sacar a colación el tema de aquellas canciones, como ella les llamaba, “negras”. “¿Por qué tuviste que escribirlas?”-le decía-“es tu culpa. Todo ha pasado por eso. Te advertí que era llamar a la desgracia”.
Y papá se levantaba de la mesa a todo correr y aunque salía a paso ligero del comedor para que no le vieran, a Gucki no se le pasaba por alto el brillo de su mirada a través de los cristales de las gafas. Quería que él se riera, o sea que obedeció a María e hizo los dibujos en la alfombra. Y ahora Miss Marwood la sostenía furiosa por la oreja hasta ponerla de puntillas.
-Y ahora cuando venga su padre-farfulló-le dirá lo que ha hecho y la castigará, ya verá cómo. Y a lo mejor así le saca la mala sangre que lleva usted acumulando en el cuerpo desde hace tiempo, my Darling.
Se echó a llorar en el rincón donde la puso cara a la pared. No había querido disgustarle. “Es tu culpa”, quiso decirle a María. Pero ésta no aparecía por ningún lado. Como en las anteriores travesuras, había acabado por escabullirse. Papá llegó antes que mamá. No se hubo ni quitado el abrigo cuando Miss Marwood le dijo lo mala que había sido. Papá fue donde ella y se puso en cuclillas para que estuvieran rostro con rostro.
-¿Por qué hiciste algo así?
Gucki sollozó: “Es que María, María…”.
-La excusa de siempre-dijo la institutriz-lo que merece esta niña es una buena tunda.
Papá la ignoró. Cada vez que escuchaba aquel nombre sus labios temblaban ligeramente. Pero esta vez se contuvo y le preguntó qué pasaba con ella.
-Fue María quien me dijo que lo hiciera.
Quiso saber por qué. Gucki se encogió de hombros.
-Supongo que se aburre…Es lo que me suele decir. Se siente sola, pero dice que le divierte que hagamos cosas juntas.
-¿Y está aquí ahora?-preguntó papá. Gucki negó con la cabeza. Aunque entonces la vio. Pero como siempre en el retrato de ella que habían colgado sobre la chimenea. En él parecía tan seria que daba la impresión de no ser ella. En realidad, a Gucki no le gustaban las fotografías, porque daba la impresión de que quienes aparecían en ellas estaban muertos. Por eso pataleaba y se movía cuando trataban de hacerle una. Porque no quería irse al cielo, como María, ya que por lo que ésta le contaba debía de ser un lugar muy aburrido.
-Te diré lo que haremos-propuso papá. Compraremos otra alfombra igual que ésta y no diremos nada a mamá. Después de todo, no queremos que se enfade con María, ¿verdad?
-Pero Herr Mahler-fue a protestar la institutriz-es una consentida. Siempre pone la excusa de su hermana y a cuenta de eso hace todas las barbaridades que quiere.
-Ni una palabra más-dijo él severo. Hablaba una vez más el director de orquesta. Miss Marwood tuvo que bajar la cabeza.
Esa tarde vino mamá, que había estado de compras. Canturreaba algo animada. Gucki se puso contenta. Seguro que ese día no le sacaba a papá el tema de las canciones aquellas de los niños muertos por las que le echaba la culpa de todo. Mamá se puso pálida al ver la alfombra que papá había logrado comprar de segunda mano, casi idéntica a la anterior.
-Gustav-le dijo-¿Has visto qué vieja está esta alfombra? ¿Cómo no me he dado cuenta antes? Tendremos que tirarla y comprar una nueva.
Gucki fue a decir algo al respecto pero miró entonces a la chimenea y creyó ver la cara de María risueña entre las llamas. Le guiñó un ojo. En efecto, se había salido con la suya una vez más.