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El cuento de Edu :: La pluma que quería volar

 

LA PLUMA QUE QUERÍA VOLAR

Esto ocurrió hace bastante tiempo cuando no había ni coches, ni tele, ni ordenadores. Los barcos navegaban a vela y la gente viajaba en carros… o andando.

Los pájaros no, los pájaros volaban igual que ahora. Y volaban muy, muy lejos. Los hombres miraban al cielo y se preguntaban dónde irían. Los pájaros pasaban por encima de las montañas, de los mares, de las ciudades y de los hombres que les miraban.

Aquel ganso era un gran volador. ¿Sabéis lo que es un ganso, verdad? Es como un pato con el cuello largo y con bastante mal genio. Él decía que se conocía el mundo entero, que se lo sabía de memoria. No sabemos si esto era verdad pero sí es verdad que había volado muchísimo.

El ganso estaba orgulloso de sus plumas. Eran bonitas: marrones con dibujos blancos y grises.  Pero sobre todo eran grandes, fuertes y suaves. Las mejores para volar muy lejos. Y sus plumas sabían esto. Nunca habréis oído hablar de plumas que piensan que son lo mejor del mundo. Ni siquiera de plumas que piensan. Bueno pues este cuento trata de eso, de una pluma que pensaba que volar era lo mejor del mundo. Claro que en realidad no sabía hacer otra cosa. Pero le gustaba cortar el aire como si fuera un cuchillo. Le encantaba ver la nieve de las montañas y mirar las hojas de los árboles que, pobrecillas, caían tristes al suelo en otoño.

Hasta que un día, en un fuerte aleteo del ganso, la pluma se soltó del ala. No le dio tiempo a decir ni ¡ay! Un momento antes remaba con sus compañeras en el ala del ganso y un momento después caía tristemente como una hoja de árbol en otoño.

Le pidió al viento que la ayudara a volar y amablemente el viento la ayudó. La subió y la bajó y casi era como antes mirándolo todo y viendo campos y pueblos. Después de un  buen rato el viento le habló en un susurro, que es hablar flojito.

-Sssssh. Te tengo que dejar. He de soplar en las velas de los barcos, empujar a las nubes y hacer girar los molinos… -quí el viento rió- y quitarle el sombrero a ese señor gordote. Adiós. SSSSSsss…

Y el viento se fue dejando caer a la pluma.

Y la pluma cayó.

Suavemente, giraba una y otra vez en su caída. La pluma estaba horrorizada. Ahora alguien la pisaría o acabaría en un charco llena de barro y todo terminaría. Adiós a ver montañas y mares.

Acababa de tocar el suelo y todavía se lamentaba cuando un niño que jugaba por la calle la cogió. La miró sonriendo y antes de que la pluma pudiera pensar nada, le había atado una cuerda y la llevaba corriendo como si fuera una cometa pequeñita.

Ahora entra en el cuento el hombre. Ese bajito con cara seria que camina por la misma calle por la que corre el niño y vuela la pluma.

El hombre era músico y tenía que componer una ópera. Sabéis lo que es una ópera ¿verdad? Son como obras de teatro en la que los personajes cantan. Pero no cantan como en las pelis de princesas de hielo y tal. No, cantan toooodo el tiempo. El chico y la chica se quieren… y cantan. El bueno y el malo se odian… y cantan. El chico y la chica se pelean… y cantan. Bueno Casi siempre acaban mal pero hasta el último momento, cantan. Son un poco largas, pero son muy bonitas. Bueno pues al hombre de nuestro cuento le habían dado un cuaderno con la historia y él le tenía que poner la música. Tenía un montón de música en la cabeza pero no le gustaba la historia así que estaba muy enfadado.

Se sentó en el borde del río mirando las aguas grises. Entonces vio al chico. Venía corriendo levantando la pluma como si fuera una bandera. El niño se paró al lado del hombre y lo miró.

-Es una pluma muy bonita -dijo el hombre.

-Estoy volando con ella.

-Ah.

-¿Le interesa esta pluma? ¿Podemos hacer negocio señor…? -preguntó el niño.

Mozart. Bueno… es bonita, sí.

-Y muy valiosa también, señor Mozart.

-¿La has comprado tú?

-Sí… es mía, claro.

-Ah.

-¿La quiere? ¿Cuánto me daría por ella?

El hombre miró al niño y vio que tenía las ropas sucias y viejas. Estaba flaco y parecía tener hambre.

-No sé si tendré suficiente para comprarte una pluma tan especial.

– Pruebe a ver, pruebe.

El hombre sacó unas monedas, las contó y se las enseñó al chico.

-Esto es todo lo que puedo darte.

El niño miró al hombre como si este se hubiera vuelto loco. Había muchas monedas allí.

-Bueno… creo… está bien… por esta vez ¿vale?

El hombre le dio el dinero y el chico le entregó la pluma.

-Es muy buena para jugar a volar. Hay que cogerla muy fuerte porque se quiere marchar volando.

-Gracias. La cuidaré bien.

-Adiós.

-Adiós.

Y el niño salió corriendo de nuestro cuento.

La pluma estaba un poco enfadada y muy triste. Había escuchado muy calladita todo esto. Ahora lo sabía, ya no viajaría más. Ahora ni siquiera iría por el aire por las calles con aquel chico. El hombre, Mozart,  parecía muy serio y a la pluma no le gustó nada. Pero notó que el hombre la miraba y la miraba. Incluso la soplaba flojito. La levantó y la miró al trasluz. La pluma sintió un poco de vergüenza. No estaba acostumbrada a que la miraran tanto. El hombre la miraba tanto que parecía ser capaz de leer en los pelillos y los dibujos los viajes que la pluma había hecho y todo lo que había visto.

-Bueno. Me has costado muy cara, por muy bonita que seas.

La pluma se sintió orgullosa. No podía peinarse mejor o poner buena cara como nosotros cuando queremos parecer más guapos en las fotos, pero se esforzó en brillar al sol y que sus dibujos grises, blancos y marrones resultaran bonitos.

-¿De dónde vendrás? Habrás visto muchas cosas. Seguro que sabes si en el mundo hay magos y magia y dónde viven las reinas misteriosas que gobiernan la noche. ¿De quién habrás sido? ¿De quién? ¿De un pájaro extraño? ¿De un cazador de aves? ¡Eso es! ¡Lo tengo!

La reina de la noche, y el cazador de pájaros y el malvado que no será tan malo, y… y… además habrá una flauta; una flauta mágica. De un salto se levantó y echó a correr por la calle, subió las escaleras y, casi sin parar, abrió una puerta, entró en una habitación  y se sentó ante una cosa que la pluma no había visto nunca: un piano. Ya sabéis, ese instrumento más grande que una mesa y que parece que tiene una boca enorme llena de dientes. Si la pluma pensó que le iba a morder, la idea le duró poco porque el hombre recorrió con las manos esa… boca y la música salió de golpe del piano.

La pluma estaba asombrada. De repente el hombre cogió la pluma y ¡la mojó en un bote de líquido negro! ¡Qué susto! Porque la pluma no sabía (y casi seguro que vosotros tampoco) que en esa época se escribía mojando una pluma en tinta. Y tinta era en lo que el hombre había mojado la pluma.

Y entonces el hombre se puso a escribir. Mojar y escribir, mojar y escribir… El hombre tenía mucha música que escribir. ¿Y cómo se puede escribir la música? Pues el papel que el señor Mozart utilizaba estaba lleno de rayas y él pintaba unos signos sobre las rayas. Puede que parecieran un montón de hormigas agarradas a esas rayas negras, pero cualquier músico era capaz de entender los dibujos de hormigas y hacer música con ellas. Mozart, cantaba en voz baja, tocaba el piano y apuntaba en el papel a toda velocidad con la pluma.

Y la pluma se dio cuenta.

-“¡Yo hago Música! -pensó-. Esto, esto es como volar. O casi tan bonito”.

Con el paso de los días la pluma sintió que no era “casi tan bonito”. Era fantástico. Distinto pero fantástico. El hombre estaba lleno de música y la pluma le ayudó a ponerla en el papel. Y se emocionó con las aventuras de Pamina y Tamino, y se rió con las canciones de Papageno y Papagena y se asustó con la reina de la noche… La pluma y el señor Mozart estaban componiendo una ópera maravillosa llamada “La Flauta mágica”.

Y así que de nuevo la pluma voló y voló. Solo que ahora volaba con la música de aquel hombre… Mozart. Y otra vez fue feliz.