Audio extraído íntegramente del programa de RNE: “Sinfonía de la Mañana“, por Martín Llade. 24/04/2015
Audio extraído íntegramente del programa de RNE: “Sinfonía de la Mañana“, por Martín Llade. 24/04/2015
05-01-2016 Luigi Ricci y las gemelas Stolz (T1 14-04-2015)
04-01-2016 Enrico Caruso – El día que Caruso se rompió en pedazos (T1 19-12-2014) – NOTA 1
01-01-2016 Picasso y Stravinsky (T1 17/11/2014 y 31-03-2015)
Autor: Martín Llade – Dibujo: Javier Castiella
Próximamente, el texto extraído íntegramente del programa de RNE: “Sinfonía de la Mañana“, por Martín Llade. 17/02/2015
No se fiaba de la orquesta del teatro Colón….
Autor: Martín Llade – Dibujo: Javier Castiella
Próximamente, el texto extraído íntegramente del programa de RNE: “Sinfonía de la Mañana“, por Martín Llade. 16/02/2015
Era el verano más frío que creyera haber vivido…
Autor: Martín Llade
Relato de Martín, especialmente dedicado a su encuentro con Arvo Pärt.
Extraído íntegramente del programa de RNE: “Sinfonía de la Mañana“, por Martín Llade. 06/03/2015
Autor: Martín Llade – Dibujo: Javier Castiella
Próximamente, el texto extraído íntegramente del programa de RNE: “Sinfonía de la Mañana“, por Martín Llade. 11/02/2015
Era una deliciosa tarde de primavera…
Autor: Martín Llade – Dibujo: Javier Castiella
Próximamente, el texto extraído íntegramente del programa de RNE: “Sinfonía de la Mañana“, por Martín Llade. 12/02/2015
Lully, el hombre que nunca reía, el temible, el todo poderoso…
Autor: Martín Llade – Dibujo: Javier Castiella
Texto extraído íntegramente del programa de RNE: “Sinfonía de la Mañana“, por Martín Llade. 04/03/2015
Era una agradable noche de primavera en Baden y el comisario Paul Rohmer se encontraba degustando una cena entre amigos, en el marco de la fiesta anual para las viudas de la guerra napoleónica. En esto, se presentó su subalterno Schultz, circunspecto como siempre, con un hematoma a modo de lente ahumada en torno al ojo derecho. Parecía reciente y era evidente que ennegrecería con los días.
-¿A qué viene a estas horas, Schultz?- repuso molesto Rohmer, que estaba aprovechando los postres para contar chistes picantes al alcalde, el párroco y el director del Gymnasium local.
-Un caso un tanto grave…-explicó éste- hemos detenido a un vagabundo.
Rohmer se encendió. ¿Para eso le molestaba? Que lo metieran en la celda más oscura de la comisaría y que se lo comiesen los piojos. Era una noche de primavera, de postre había tarta de manzana y le había prometido, medio en serio, medio en broma, un baile a la mujer del alcalde.
-Y además, ¿qué le ha pasado en el ojo?
-Ha sido el vagabundo, señor- explicó.
Las risitas iniciales en la mesa dieron paso a la estupefacción.
-¿Ha dejado que un pordiosero le haga eso?
-No es que me haya dejado… Es que me ha dado un cabezazo mientras se resistía. He tenido que llamar a los compañeros para meterlo entre cuatro al calabozo.
Como había damas escuchando, Rohmer se limitó a mascullar, con la sonrisa a flor de piel y los ojos inyectados en sangre.
-¿Y tiene que venir a decirme todo esto aquí? ¿Volverá luego para comentarme que ha visto una mancha en el techo?
Schultz parecía más bien azorado. Lo que iba a decir sonaría ridículo, pero lo dijo:
-Es que afirma… Ése individuo afirma ser Beethoven, señor.
¿Beethoven? Ahí sí que se rieron todos. Hasta Schultz sonrió de medio lado.
-Beethoven está en Viena- repuso secamente Rohmer -y nosotros estábamos tranquilos aquí conversando-. Es evidente que han encerrado a un loco o un borracho, que se quede ahí hasta que se le pasen las ganas de molestar.
Schultz no se movió. Toda la mesa estaba pendiente de sus movimientos.
-Verá… ese pordiosero afirma que Herr Herzog, el director de la banda local podría identificarle. En realidad, he venido a ver si estaba aquí.
Una de las damas presentes, vecina del citado, acertó a oír lo que hablaban y exclamó:
-Herzog está en la cama, no le apetecía venir. Dice que se aburre en estas fiestas.
Hubo más risas. Rohmer no dio crédito cuando Schulz propuso ir a despertarlo. ¡Hasta ahí podían llegar!
-Haríamos el ridículo más espantoso. Váyase de una vez…y si se pone tonto, palo y tente tieso- añadió en un susurro. El agente asintió y se fue.
Media hora después Schulz volvió a aparecer y su otro ojo ¡también estaba hinchado! Rohmer, que para aquel entonces estaba contando, a petición popular, su famoso chiste de los pescadores sordos, estuvo a punto de abalanzarse sobre su subordinado. Pero el nuevo moratón lo contuvo.
-Ya no podemos más- exclamó Schultz- Müller trató de darle algo de cenar y le tiró la escudilla a la cara. Müller se agachó y me dio a mí, que me había acercado a poner paz. Hemos logrado encadenarlo a la pared, pero antes nos ha dado patadas, puñetazos… ¡Y ha mordido a Misch en el cuello! ¡Por Dios! -exclamó ya a gritos- ¡Deje de contar sus estúpidos chistes y vayamos donde Herr Herzog! Porque quiero averiguar ya si ese tipo es o no Beethoven… ¡Para saber si puedo matarlo!
Rohmer, atónito, se rascó la cabeza. Todas las miradas estaban clavadas en él. Ni siquiera con su mejor chiste, el del amante de la mujer del panadero, había atraído semejante atención hacia sí. Ni tampoco había visto de esa manera antes al aparentemente inofensivo Schultz. Se puso el sombrero y se encaminó con él a casa de Herzog. Les siguieron todos los asistentes a la fiesta por las viudas napoleónicas.
El maestro Herzog a punto estuvo de sufrir un soponcio cuando, todavía en camisa de dormir, se vio sobresaltado por un centenar de parroquianos a la puerta de su casa. Cuando escuchó el motivo por el que venían no perdió tiempo y se echó un abrigo encima. La comitiva se encaminó a la comisaría de la pequeña ciudad. Aún desde la calle se escuchaban los alaridos infrahumanos provenientes del calabozo, que se hubieran dicho los de un oso hambriento a punto de despedazar una presa. A Rohmer le hubiese gustado impedir la presencia de nadie más, pero el alcalde, el párroco y un noble local venido a menos, al que empezaban a pasársele los efluvios alcohólicos de la cena, insistieron en bajar con él a las celdas. El resto de los presentes se quedó en la calle, discutiendo animadamente sobre si el misterioso personaje sería o no el gran compositor. Incluso hasta se aceptaron apuestas.
A la luz de un candil, los guardias descubrieron a un hombre con una mata de cabellos completamente grises, enmarañados como una zarza en torno a un rostro broncíneo, de mandíbulas cuadradas, con los ojos sepultados bajo una poderosa frente. Aquella en la cual presumiblemente habían germinado la Quinta sinfonía o el Concierto Emperador. Tenía el rostro surcado de arañazos y lucía una mancha de sangre seca en torno a los labios.
-¡Es la mía!- protestó Misch mostrando la marca de sus dientes en el cuello.
-¿Y bien?- quiso saber Rohmer temiéndose lo peor. La estampa del hombre encadenado a la pared era lamentable. ¿Pero cómo podría ser aquel tipo de ropas raídas, barba de tres días y uñas amarillentas una persona importante? Como consecuencia de sus gritos se había quedado sin voz.
-Es Beethoven- confirmó Herzog con horror y luego, observó con dureza a los magullados policías: Son ustedes unos salvajes.
Al parecer, el genio se alojaba en el balneario de Baden y una tarde decidió dar un paseo por el bosque. El caso es que se perdió y como había olvidado su cartera, decidió pedir a algunos vecinos algo de comer. Debido a su aspecto y a su mirada de loco lo tomaron por un vagabundo y avisaron a la policía. Cuando ésta trató de detenerle, se defendió con uñas y dientes, hasta el punto de que hubo que llevárselo a rastras. Herzog, sin importarle el frío, le dejó su propio abrigo, quedando él en camisa de dormir y se lo llevó a su casa, para que pasara el resto de la noche en una buena cama.
-¡Salvajes!- volvió a repetir al marcharse. El alcalde, de brazos cruzados, le espetó a Rohmer:
-¡Idiota! ¡Ha arruinado usted la imagen de Baden! ¡Mira que detener a Beethoven!
Parecida impresión tuvieron los congregados, que decidieron volver a sus respectivas casas comentando con indignación el efecto que aquel lamentable suceso podría tener sobre la afluencia de visitantes al balneario. El noble venido a menos, en cambio, preguntó si alguien sabía cómo acababa el chiste de los pescadores sordos.
-¡Idiota!- le fue a decir Rohmer a su vez a Schultz una vez se hubieron marchado todos. Pero descubrió que éste también se había ido a su casa.
A partir de ese día, el comisario Paul Rohmer introdujo una nueva normativa que los policías locales debían cumplir a rajatabla si no querían ser expulsados del cuerpo. Y era que antes de detener a cualquier sospechoso de vagabundeo debía hacérsele la siguiente pregunta:
-Disculpe, ¿no será usted por casualidad un compositor famoso?
Autor: Martín Llade – Dibujo: Javier Castiella
Texto extraído íntegramente del programa de RNE: “Sinfonía de la Mañana“, por Martín Llade. 26/02/2015
Siempre se habían evitado y ello, pese a tener tantas cosas en común. Ambos eran rusos. Llevaban muchos años exiliados de su patria y fascinaban al público norteamericano. Pero ya desde su formación acusaban marcadas diferencias. Sergei Vasilievich se consideraba el sucesor natural de Tchaikovski, mientras que Igor Fiodorovich era de la cantera de Rimski-Korsakov. Y los dos maestros ya habían mantenido en su día ásperas diferencias. Ahora, a través de los pupilos, dichas diferencias habían alcanzado el mayor grado posible de exacerbación. Sergei Vasilievich era considerado por muchos, él entre ellos, un rancio, que no se había dado cuenta de que hacía tiempo que estaban en otro siglo. Su lenguaje romanticoide le parecía detestable, su virtuosismo, mera pirotecnia exhibicionista, ni tampoco le gustaba la pátina pseudorreligiosa de la que le parecía que pretendía imbuir a su obra. También Sergei Vasilievich tenía su peculiar opinión de Igor Fiodorovich. Encontraba su supuesta modernidad muy forzada en ocasiones, y aunque no desdeñaba sus logros, le parecía que creía haber inventado la rueda por futesas como haber reorquestado a Pergolesi o retornar a las plantillas orquestales del siglo XVIII. Además, detestaba las lindezas que sabía que salían de su boca, tales como que Vivaldi escribió el mismo concierto quinientas veces, que Verdi era sólo “la la lá”, que Wagner era una “charanga sofisticada” o, incluso, que Beethoven era basura. Además, también estaba al tanto de lo que decía de él, entre otras cosas, que le refería con el calificativo de “paquebote de dos metros de alto” o “el dedos”.
En fin, que el encontrarse cara a cara era algo que habían evitado durante mucho tiempo allá en el exilio americano, pero era natural que, frecuentando los mismos ambientes, acabaran por encontrarse. Esto tuvo lugar en un restaurante de Los Ángeles que regentaba otro ruso. Rachmaninov y su esposa Natalia se encontraban ya cenando en él cuando Stravinski entró con su segunda mujer, Vera de Bosset. Kolia, el dueño del restaurante, se dio cuenta de lo incómodo de la situación, pero trató de quitarle hierro, pregonando:
-¡Qué maravillosa coincidencia!¡Los dos compositores más grandes del mundo, aquí en mi restaurante!
Sergei Vasilievich palideció, pero educado como era, les invitó a compartir su mesa. Stravinski se acercó y le dio la mano. La tenía fría. Aún de pie era más bajito que Rachmaninov sentado. Al principio, no sabían de qué hablar. Sus estéticas musicales eran muy distintas, estaban al tanto de la negativa impresión que generaba el uno en el otro y la Rusia que habían conocido quedaba ya muy lejos como para evocarla.
-He oído que Schoenberg anda por aquí-le dijo Rachmaninov, por sacar un tema.
-¿Quién es ese Schoenberg? No he oído hablar de él-repuso con causticidad su colega.
-¿Le apetece vino?-propuso Rachmaninov.
-Pero usted está bebiendo agua…-observó Stravinski.
-Es que yo soy abstemio…
-¡Bah, tonterías! ¿Cree que eso le hace mejor tipo? Hitler también lo es, y mire. Yo tomaré un whisky-pidió a Kolia, y luego realizó su chiste favorito: Strawhisky.
Cuando trajeron la botella, sirvió también en la copa de su colega y su esposa. Éste la miró con estupor. Pero, acaso por no ser maleducado, se la llevó a los labios. En realidad su aversión al alcohol se debía al estrepitoso fracaso de su primera sinfonía, que Rachmaninov dirigiera borracho. Pero no le apetecía hablar con Stravinski de eso. Probaron más temas. Conocidos comunes. ¿Prokofiev? Ambos lo tenían por imbécil. No sacaron más de ese tema. ¿Toscanini? Un engreído. Como les bastaba apenas un epíteto para describir a sus mutuos conocidos, apenas les duró cada posible tema un par de frases. En esto, Rachmaninov, paladeando lentamente el whisky, se lamentó de haber tenido que empezar prácticamente de cero en América, al haberle privado los revolucionarios de sus derechos de autor rusos.
-¡Ah!-saltó Stravinski-eso nos ha pasado a todos. Yo mismo, me hice millonario apenas con mis tres primeros ballet para Diaghilev y esos ladrones me dejaron sin un céntimo. Tanto es así que llegué a América con una mano delante y otra detrás. ¿Sabe que tuve que revisar El pájaro de fuego y Petruchka, sin necesidad de ello? Era la única manera de volver a registrarla…Aunque claro está, los directores roñicas, cogen las primeras versiones para no pagarme nada. Estimo que habré dejado de ganar en ese tiempo un millón de dólares…O dos…
-¡Eso no es nada!-repuso Rachmaninov-mi segundo concierto para piano es el más interpretado del siglo XX…
-¿Del siglo XX?-ironizó Stravinski. Le hizo caso omiso.
-De haber percibido los beneficios de todas las veces que lo he tocado, ahora podría comprarme toda la Gran Manzana de Nueva York.
-¿La gran manzana?-Stravinski volvió a servirse y también a Rachmaninov. Huelga decir que sus esposas se miraban entre sí, sin decir nada-¡Yo, que soy el músico más programado de la actualidad, podría haberme comprado Manhattan entero con lo que he dejado de ganar!
Y le contó cómo el avaro de Disney le llamó para proponerle introducir “La consagración de la primavera” en Fantasía. Él, por supuesto, se negó. A lo que Disney replicó: Le puedo dar quinientos dólares e incluirla, o puedo no darle nada, e incluirla igualmente. Al fin y al cabo, esa obra está libre de derechos en América.
-¡Pues menos mal que yo soy el mejor pianista de nuestro tiempo!-salió al paso Rachmaninov-gracias a eso, aunque no me pagaban por mi concierto número 2, me llamaban para interpretarlo y así, he podido sobrevivir. Hasta cinco mil dólares me han pagado por una sola actuación. Es grande poder vivir de tu ingenio y de tus manos.
Eso era claramente un dardo a Stravinski, pianista regular, en opinión de muchos. Saltó:
-¡A mí me han pagado esa cifra y aún el doble por obras de tres minutos de duración! Por ejemplo, acaban de encargarme una polka para que la bailen los elefantes de un circo y me van a dar quince mil dólares.
-¡Elefantes!-Rachmaninov se echó a reír-menos mal que yo me he guardado ases en la manga, aquí en América. Por ejemplo, mi Rapsodia sobre un tema de Paganini me ha reportado no menos de cincuenta mil dólares hasta la fecha en derechos…Y eso sin contar otros treinta, como intérprete.
-¡Si yo he reorquestado hasta el himno americano!-exclamó Stravinski-y eso sí que me hubiese generado ingresos…Porque la orquestación original es que da pena…Pero al final se presentó la policía en mi casa, me dijeron que estaba prohibido hacer eso y hasta se llevaron la partitura. Kolia, trae otra botella.
Al final de la velada, resulta que sí tenían más cosas en común de las que creían. Sus esposas llamaron a sendos taxis y hubo que luchar para despegarlos entre sí, pues no cesaban de despedirse una y otra vez a la rusa, con besos en la boca.
-¡Eres un tío grande, Sergei Vasilievich!-repuso Stravinski-Y no sólo en sentido literal ¡Y yo que te tenía por un beato!
-¡Pues tú eres la mente más preclara del cosmos musical!-repuso el otro-tanto, que se te perdona esa lengua de víbora.
A Rachmaninov, debido a su envergadura, tuvieron que meterlo en el taxi entre Kolia y tres de sus camareros. La cara de Natalia era un poema, pero Vera de Bosset se encogió de hombros y le dijo:
-¿Pues qué querías hija? Mucha sofisticación y ser luminarias de nuestro tiempo y todo eso, pero por encima de filias y fobias, si rascas un poco al final no dejan de ser lo que son…¡Rusos!