LA PRINCESA TERESA, EL PRÍNCIPE RODOLFO Y EL DRAGÓN ERNESTO
Bueno pues vamos a ver, haría falta una música tipo Star Wars pero no tan… espacial. Algo para héroes, princesas y tal con muchas trompetas y eso…
Esta es la historia del príncipe Rodolfo, el dragón Ernesto y la princesa Teresa que ocurrió hace mucho tiempo… bueno, en realidad no ocurrió nunca porque esto es un cuento, claro.
Bien, pues en este cuento que os cuento la cosa empezó el día que el príncipe Rodolfo oyó hablar de una princesa que vivía prisionera en el castillo de un malvado dragón.
Y os preguntareis ¿cómo oyó hablar si en aquella época no había radio, ni internet, ni facebook, ni twiter? Muy fácil. Por los trovadores. Los trovadores eran unos tipos que iban de pueblo en pueblo cantando las aventuras, amores y dolores de caballeros, princesas y otras gentes. Y nuestro príncipe Rodolfo oyó a un trovador la canción titulada “La bella princesa Teresa es triste prisionera del malvado dragón Ernesto y languidece en la más alta habitación de la más alta torre”. Sí, en aquella época le ponían unos títulos larguísimos a las canciones.
Decidió salvarla y dicen que salió galopando en su caballo tan rápido que se le olvidó pagar al trovador por su canción. Unos días después el trovador estrenaba una nueva canción: “El príncipe Rodolfo es más tacaño que los enanitos de Blancanieves”. Trovadores del reino entero la cantaron. Un éxito. Un hit musical medieval.
De todo esto no se enteró el príncipe Rodolfo porque galopaba más rápido que el viento en busca de la pobre princesa Teresa. Preguntaba en pueblos y ciudades por el castillo del dragón y en todos los sitios le decían: “Por allá”. Y “por allá” estaba lejísimos. Pero Rodolfo era audaz y persistente que viene a ser algo así como machacón.
Atravesó bosques y praderas. Siempre yendo por allá. Subió valles y bajó montañas. Lo sé. Es al revés: bajó valles y subió montañas, pero es que Rodolfo era muy despistado. Caramba, machacón, despistado,… no sé yo si este Rodolfo llegará a algún sitio.
Un día el príncipe y su caballo caminaban desanimados hacia “por allá” cuando llegaron a un pueblo y Rodolfo preguntó ooootra vez por el castillo del dragón.
-Es ese -contestó una mujer.
-Por allá, gracias… ¿cómo ha dicho, señora?
-Que es ese.
-¿Seguro? ¿Seguro que no es por allá?
-Claro. Es ese. El castillo del dragón.
-Ay ay ay ¡Por fin! -exclamó Rodolfo-. ¡Prepárate, malvado dragón, allá voy!
-¡Uuf! Yo no iría, oh príncipe -dijo la señora.
-¿Es sin duda cruel y peligroso el malvado dragón?
-Depende. Veréis, yo es que soy de aquí y sé cómo es el dragón y de verdad que yo no iría.
-Pero yo soy el príncipe Rodolfo. Y no hay nadie más valiente que yo.
-Ya, bueno. Luego no me vengáis con historias. Yo os he avisado.
El príncipe dio las gracias y galopó hacia el castillo… en realidad galopó el caballo y el príncipe iba encima, ya me entendéis. Pero antes de entrar al castillo había que atravesar un bosque muy oscuro… muy oscuro y lleno de… ¿animales salvajes? No ¿Ruidos misteriosos? No, no. Lleno de… música de mucho miedo.
En serio, en las pelis lo que da más miedo es la música. Pues eso mismo le ocurrió a Rodolfo. Avanzaba entre los árboles y una música terrorífica le seguía. Tragó saliva, miró a un lado y a otro y se dijo a sí mismo que los monstruos no existían. Bueno, menos los dragones, claro… y las arpías y los trolls y los trasgos y… Total, que sí existían y encima no podía mirar debajo de la cama y en el armario como hacemos todos. Así que se dio prisita para salir de aquel bosque. Suspiró aliviado cuando dejó atrás el bosque y la música de mucho miedo.
Allí delante se levantaba el gigantesco castillo.
Torres, murallas, almenas, foso (sin cocodrilos, claro ¿quién fue el idiota que dijo que en los fosos había cocodrilos?)… foso, torreones, barbacanas (que no sé lo que es pero suena muy bien) es decir, el típico castillo, vamos. Sin pensarlo dos veces, y acordándose del repelús de la música de mucho miedo, se acercó al castillo. Había que ir con cuidado. Si el dragón le oía estaba perdido. Avanzó sin hacer ruido por el puente de madera.
-¡COTOCLOC, COTOCLOC! -sonaron los cascos del caballo.
-Chsssss.
-Perdón. Cotocloc, cotocloc,…
Allí estaba el dragón, en medio de una sala enorme. Estaba de espaldas sin darse cuenta de nada y tocaba el arpa.
Rodolfo bajó del caballo, sacó la espada y se acercó por detrás…
Entonces le dio cosa ir a escondidillas así que le gritó al dragón:
-¡Ajaaaa! ¡Malvado dragón, date la vuelta, pelea, muere y libera a la princesa! O mejor, ¡libera a la princesa primero, pelea y muere después!
El dragón ni se movió.
-He dicho: ¡Malvado dragón!!! ¡La princesa!!!
Nada.
–Oye, dragón, que te estoy diciendo que….
Y el dragón le miró y dijo:
-Chissssss.
-Perdón.
El tiempo pasaba y el príncipe se impacientaba.
-Mira dragón, es que tengo un poco de prisa. Yooo es que he venido a rescatar a la princesa y…
-¿Qué?- preguntó el dragón.
-¡Ah, por fin! ¡Malvado dragón! ¡Libera a la princesa!
-Lo primero: buenas tardes ¿no?
-Eh… buenas tardes, malvado dragón.
-Lo segundo, Don Ernesto para ti.
-Buenas tardes, malvado dragón, don Ernesto.
-Y lo tercero es que estoy muy ocupado. Perdona.
-Verás. Si no es por molestar. Es que vengo a rescatar a la princesa y…
-¿Serías capaz de tocar esta sencilla melodía?
-Hmmm… ni esa ni ninguna. No sé tocar el arpicordio da gamba.
El dragón movió la cabeza.
-Es un arpa. Pues si no hay música, no hay ayuda. Hale.
Entonces Rodolfo se acordó de la canción que decía que estaba prisionera en la torre más alta
-¡Ya lo sé, en la torre más alta!
-Eres muy listo -contestó el dragón.
Y el príncipe muy contento se puso a mirar las puertas. En una había un cartel que ponía “Torre más alta”.
-Ajá.
La abrió y vio una escalera muy larga, muy larga. Empezó a subir escalones. Y subió… y subió… Cuando llegó arriba del todo, agotado, se acercó a la puerta y se preparó para el asombro que le produciría la belleza inigualable de la princesa. Abrió y se asombró porque… ¡la habitación estaba vacía! Muy enfadado empezó a bajar y bajar y bajar.
-¡Malvado dragón don Ernesto mentiroso, la princesa no estaba en la torre más alta!
-¿Mentiroso? No. Tú dijiste que estaba en la torre más alta y yo contesté: Eres muy listo. Si quieres que te ayude tendrás que hacer música. ¿Serías capaz de tocar esto? -y cogió una trompeta.
-Vamos a ver si me entiendes: yo de música nada de nada. Ni flauta dulce en el cole, para que veas. Fíjate tú que me aprobaron percusión, ya sabes eso de los tambores, con un curso de combate con maza y escudo… como era de pimpam pimpam…
-Si no hay música, no hay ayuda.
Rodolfo se puso a mirar por la sala y de pronto vio una puerta rosa en la que ponía “Torre de la princesa”.
-No necesito tu ayuda, malvado dragón don Ernesto.
Rodolfo abrió la puerta y empezó a subir. La torre de la princesa no sería la más alta pero tenía escalones para aburrir. Por eso, cuando llegó arriba, Rodolfo estaba ya un poco harto de su tremenda aventura, así que llamó a la puerta y al no recibir repuesta entró sin más prolegómenos… sin más, vamos.
Era una habitación supermona, llena de detalles supercucos. Una cama con dosel de seda, una cómoda con espejo, la colección de muñecas más grande que hubiera visto nunca Rodolfo, una bici de montaña llena de barro y la princesa… no estaba.
Bajó las escaleras encolerizado (encolerizado es como se ponen tus padres cuando te tiras el cola-cao encima de la ropa nueva)
-¡Malvado dragón don Ernesto! ¡La princesa no estaba en la torre de la princesa! Estoy hasta las narices de tus escaleras y tus jueguecitos.
-¿Escaleras? Sin duda habrás subido en ascensor.
-¿Ascensor?
-Sí, ascensor. Al lado de la puerta rosa llamada “Torre de la princesa” hay una puerta amarilla que pone “Ascensor para subir a la torre de la princesa”. ¿La has visto, no?
-Eeeh sí, sí, claro, no soy tonto. Pero da igual. No había princesa y…
Ernesto movió su gran cabeza.
-Si quisieras hacer un poco de música todo sería más sencillo.
El príncipe Rodolfo estaba ya hasta los pelos. Cogió aire y conteniendo la ira dijo:
-Ya te he dicho que no sé música. Nada. ¡Por favor! Una peleita a espada, un poco de fuego por tu parte y yo te prometo que no le diré a nadie que me dejaste pasar sin hacer música. ¿Está la princesa en el castillo? ¿Eh? ¿Está?
El dragón suspiró.
-Eres un aguafiestas. En fin. No, no está. Ha salido con sus amigos.
-Estoy ya un pelín quemado. Vamos a ver que me entere yo ¿La princesa no estaba secuestrada?
-No, claro. Sus padres la han matriculado en mi castillo para estudiar Música, Contrapunto, Dirección de Orquesta e Instrumentos medievales para princesas modernas.
-Entonces ¿yo que hago aquí? ¿El bobo?
-A eso sí te puedo contestar. Sí, señor, el bobo.
El príncipe se dio media vuelta y muy enfadado salió del castillo. En la puerta se cruzó con una bella joven de largas trenzas y vestido vaporoso.
-¡Ernesto! ¿Dónde estás? ¡Anda que no nos hemos reído! En el bosque hemos estado tocando la música de miedo que nos enseñaste y hemos asustado a un tipo que iba a caballo. Si vieras la cara de miedo que ponía… ¡Anda! -se sorprendió la chica-. ¿Tú no eres el que…?
-¿Yo? Concreta y precisamente yo soy el bobo de este cuento.
Y así acaba esta historia. Dicen las leyendas que años después el príncipe Rodolfo se construyó un castillo en el que no había bosques, torres, escaleras,… ni princesas. Eso sí, no le quedó más remedio que estudiar música por si las moscas y se convirtió en el más popular en los fuegos de campamento antes de las batallas.
¿Y qué fue de Ernesto, el dragón músico? Pues que siguió con sus clases e inventó un instrumento llamado contratrompeolín a cuatro manos y que dicen que todavía está buscando alguien que tenga cuatro manos para poder tocarlo.